¿Sacará el PRI al PAN de Palacio de Gobierno?
Por: Rodolfo Menéndez y Menéndez
Se acercan ya los tiempos electorales. El fin de sexenio gubernamental está próximo en Yucatán. En mayo próximo iremos los yucatecos nuevamente a las urnas para escoger a nuestro próximo gobernador (¿a?). Escoger también a nuestros próximos alcaldes y alcaldesas. Lo que ya sabemos: no hay tiempo que no se venza, ni plazo que no se cumpla.
En Mérida se han dado ya muchos períodos (6) de predominio panista. El mismo número de intentos fallidos del PRI por ganar esta alcaldía clave en el Estado. El propio líder carismático del priísmo histórico, Víctor Cervera Pacheco, habría de fracasar en su intento por recuperar el cabildo emeritense hace ya casi tres años. Hay quienes incluso atribuyen su deceso prematuro a tal dramático esfuerzo. Si esto fuera cierto, diríamos que hasta muertes ha costado la intentona priísta de recuperar el poder en la capital del Estado. A ese grado la lucha brutal por el poder público.
El primer sexenio de mando azul en el gobierno del Estado toca a su fin. El primer gobierno “conservador” en la historia del Yucatán contemporáneo. Y he escrito conservador entre comillas porque otras administraciones previas que se han dicho progresistas, de avanzada, han sido quizá más conservadores y hasta retrógradas diríase, en términos comparativos. Está visto que en la historia reciente de nuestro México, no sólo de Yucatán, la práctica política de los actores priístas no necesariamente ha coincidido con la postura ideológica aparente del partido que han abanderado. Y aquí habría dos falsedades históricas que anotar: la de los actores políticos, farsantes al fin, y la del propio PRI, uno de cuyos problemas medulares ha sido la ausencia de una ideología firme y sostenida. Pero ese es otro análisis.
Decíamos que termina en Yucatán este mandato otorgado abiertamente al conservadurismo, llamémosle tradicional. El balance de la gestión de quienes hoy mandan en Yucatán parece no ser bueno, aunque la colectividad dirá la palabra definitiva este próximo mes de mayo. En efecto, ¿habremos de ver que los yucatecos reiteran su preferencia por un gobierno como el que ha encabezado Patricio Patrón?, o ¿seis años habrán sido suficientes para que este público ampliamente desesperado por su realidad social y económica rectifique el sentido de su preferencia y se incline hacia otra opción menos conservadora? ¿Jugarán las ideologías, aparentes o no, un papel preponderante en la próxima elección estatal?, o ¿será la práctica política vinculada con el simple alineamiento hacia el tono que emana del poder federal lo que incline la elección?
¿Qué tanto pesará en el ánimo de los electores el perfil individual de los candidatos (as), su imagen popular, esa que hoy como nunca se forja casi con exclusividad por los medios de comunicación? ¿Será éste el aspecto definitorio del rumbo que tomarán nuestras próximas elecciones? Finalmente, ¿qué tanto pesará en la decisión del voto yucateco, que es un voto mayoritariamente pobre (económicamente hablando), la corrupta práctica que sigue enseñoreada de nuestra realidad política de la compra descarada del favor electoral?
Estamos a tres meses de despejar esas incógnitas. No tendremos que vivir mucho para saber las respuestas a las preguntas que nos planteamos. Ya casi conocemos el menú completo y son pocos los platillos adicionales que podremos escoger en Yucatán para tener un nuevo gobierno. Tan sólo falta ver que ofrece el PRD para la gubernatura y para Mérida aunque no parece que después de tantos traspiés cometidos por el amarillo, desde la perspectiva yucateca, este faltante momentáneo sea ya muy importante para poder anticipar el resultado de los comicios. Yo, desde mi balcón en el D.F., alejado del ruido del Carnaval y de las vísperas electorales, quiero especular un poco.
No creo que cuenten mucho hoy y para los fines de esta elección las cuestiones ideológicas. No tengo la impresión de que el ambiente yucateco se encuentre sujeto en esta ocasión a una polarización referida a la postura política de los partidos. No escogeremos los yucatecos el próximo mes de mayo en función de las ideas. Más bien opino que estaremos atentos a los aspectos más prácticos de la política y definitivamente a las características individuales de los candidatos. ¿Qué personalidad me representa mejor en los próximos comicios? parece ser la pregunta que se hace hoy la sociedad yucateca.
Por otro lado me parece que para la opinión general, si bien Patricio Patrón defraudó las expectativas del cambio que anunció y del progreso que prometió, no llegó a colmar el ánimo colectivo de manera tal de propiciar un repudio generalizado y contundente hacia su partido. En cambio, se le ha acusado de practicar con eficacia el maquiavélico arte de coaccionar el voto. Pienso que debe ser cierto. Deberíamos esperar por tanto que se repita la dosis, observadores foráneos o no (¡por Dios!, se ríen de los observadores), para favorecer al candidato del PAN a la gubernatura, quien por cierto y al margen de las ayudas ilegítimas que reciba, parece una persona serena en la que muchos electores se sienten bien representados. Del mismo modo, a favor del panismo jugará el poderoso sentido práctico del yucateco en términos de optar por una administración local cobijada por el manto protector del gobierno central recién desempacado. No de balde en Yucatán hemos gozado del maná bíblico durante tantos y tantos años.
Desde mi punto de vista la variable Ana Rosa Payán no tendrá el peso suficiente para modificar la correlación electoral en el estado. Su movimiento no alcanzará a convencer a tantos como ella espera al menos por ahora. Tal vez sí toda esta disgregación recalcitrante del panismo sea el inicio de algo, pero no creo que vivamos ahora y aquí las consecuencias más importantes.
Y si bien todo lo anterior daría un tinte definido al resultado que podría esperarse en la elección del próximo gobernador, parecería que en la alcaldía de Mérida las cosas pueden ser diferentes. Siento en la capital del estado un singular apetito por los menús variados, esto es, por las opciones de gobierno que arrojaría el voto diferenciado que se impulsará, a mi juicio, por la ausencia de un debate ideológico de fondo. Si añadimos al relativo hartazgo que ya se da en Mérida por la recurrente y larga presencia panista en la alcaldía, lo insulso de la personalidad de su anunciado candidato, el factor Ana Rosa (aquí sí) y por otro lado, el acierto del PRI en escoger, en la persona de Adolfo Peniche, un contendiente limpio y con carisma, un buen y apto gestor de los intereses de la ciudad, me parece que están los elementos dispuestos para que finalmente se alcance, post mortem, el sueño último de Cervera Pacheco: recuperar para su bandera la oficina más importante de la 62.
30/03/2007
sábado, 31 de marzo de 2007
martes, 6 de marzo de 2007
¿El PRI de la esperanza?
El PRI del Siglo XXI.
Por Rodolfo Menéndez y Menéndez
Tomó posesión ya la nueva dirigente del PRI. Llega Beatriz Paredes Rangel con grandes expectativas por parte de la militancia y del público en general a ejercer su nuevo cargo. Llega la que habrá de impulsar una nueva etapa definitoria para el cuerpo maltrecho y dolido de esta pieza importantísima entre las instituciones del México contemporáneo. Es muy posible que en el impulso que logre la nueva dirigencia esté la clave del futuro de este partido político. Parece que es ahora o nunca. Eso se siente. Eso se percibe.
El discurso de toma de posesión de la nueva Presidenta no fue, lamentablemente, uno de fondo sino uno de formas. La debutante salió a agradar a su audiencia y no a convencer a los reticentes de que el proyecto priísta tiene un futuro. Las circunstancias tal vez obligaban a darle más importancia a las maneras que a los conceptos. Tal vez el tono de convocatoria general sea el quid que permita explicar el porqué Beatriz se instaló más en la formalidad que en el contenido.
Hay que reconocer que el talento de la dirigente pudo haber aportado más a la estructura de fondo de su discurso inaugural. Ella no lo decidió así. Uno pensaría que después de tan largo recorrido para llegar a la anhelada meta de dirigir al PRI, la nueva abanderada hubiera podido emplearse con toda su experiencia y capacidad dialéctica a despejar dudas y sembrar proyecto. Anunciar vísperas, diríase. No fue así. Prefirió la discreción y todo su decir fue para tender puentes y alargar la mano amistosa hacia todos los que pudo. ¿Es esto suficiente? Yo creo que no.
Hay sin embargo dos afirmaciones medulares en el discurso que lo rescatan del anodino silencio con relación al futuro. Por un lado Paredes Rangel acepta y enarbola el concepto de que el partido requiere el cambio. No un cambio. El cambio. Lo dice con claridad. Y después, con claridad también, reconoce que el cambio es posible. Que ella piensa que este necesario cambio debe y puede venir.
Ciertamente no camina la nueva dirigente por la brecha del decir cómo debe perfilarse este cambio y solamente al final de su discurso entra de refilón para hacer una crítica tibia y sin mucha sustentación del modelo económico recientemente vigorizado en México, desde hace más de veinte años dice ella, lo que equivale a incluir al régimen de Salinas y posiblemente a su antecesor también. Como si el modelo económico fuera el único elemento que se plantea en la verdadera disputa que en México se libra no desde hace veinte, sino muchos más años, el medio siglo por lo menos, y en el que va en juego no nada más el modelo económico, sino el conjunto del interés nacional empezando por su orientación social y, hoy más que nunca, por su propia estructura política.
Es rescatable del discurso sin embargo, aceptable como prenda de buena fe, la mención al cambio requerido por el Partido. El Partido debe impulsar su propio cambio si realmente quiere volver a ser factor importante en el proceso del país que está en ciernes. Difícilmente el PRI podrá aportar más de lo que ya hizo en su histórico derrotero si no diseña para sí un nuevo papel que sea reconocido por la sociedad como útil y válido para contribuir a encauzar a México en la dirección que los mexicanos deseamos. Y no se trata aquí de determinar si esa postura partidista lleva al instituto político al ejercicio supremo del poder público en tal o cual ámbito, no, eso finalmente resulta circunstancial y secundario desde el punto de vista de la trascendencia del desempeño de cualquier partido en el contexto del país. Se trata de que el PRI pueda y sepa ejercer la influencia relativa y necesaria en cualquier caso para contribuir a configurar una nación como a la que aspiramos la mayoría de los mexicanos, más justa, mas equitativa, más próspera.
Y en este orden de ideas el cambio que se espera en el seno del PRI es tal que en primer lugar se abandone la farsa, la simulación, el oportunismo, la ubicuidad. Se abandone el prurito de querer albergar en el seno del Partido a cuanta corriente, grupo o facción exista en el contexto nacional, como sucedió en su origen por razones precisamente fundacionales que estuvieron vinculadas con la necesidad histórica de dar cabida (desde el poder mismo) a todos bajo un mismo techo de unidad con el fin de asentar los entonces incontrolables afanes facciosos de llegada al poder público.
Un Partido para ser coherente y congruente, para ser Partido finalmente, requiere representar y representarse en una franja relativamente determinada del espectro ideológico. El PRI no puede ser más ajonjolí de todos los moles; capilla de todos los credos; música para todos los bailes. El PRI requiere definirse y en esa definición soltará necesariamente a un número importante de sus dicentes militantes. Pero los soltará para su bien. Será como una poda. Poda de la que finalmente vendrán los verdores del renacimiento. Sólo así podrá el PRI en el nuevo contexto aspirar a ser verdadero Partido que ofrezca al país una vertiente que impulse el desarrollo nacional en lo político, en lo social, en el económico.
Yo creo que Beatriz Paredes Rangel llega al liderazgo del PRI con la legitimidad, con el talento y con la visión suficiente para emprender el cambio vital. Mi pregunta es si Beatriz Paredes Rangel tiene la convicción y las agallas. De su discurso inaugural se desprende que hay un largo y difícil trecho hacia lo deseable. ¿Lo andará?
Rodolfo Menéndez
06-03-07
Por Rodolfo Menéndez y Menéndez
Tomó posesión ya la nueva dirigente del PRI. Llega Beatriz Paredes Rangel con grandes expectativas por parte de la militancia y del público en general a ejercer su nuevo cargo. Llega la que habrá de impulsar una nueva etapa definitoria para el cuerpo maltrecho y dolido de esta pieza importantísima entre las instituciones del México contemporáneo. Es muy posible que en el impulso que logre la nueva dirigencia esté la clave del futuro de este partido político. Parece que es ahora o nunca. Eso se siente. Eso se percibe.
El discurso de toma de posesión de la nueva Presidenta no fue, lamentablemente, uno de fondo sino uno de formas. La debutante salió a agradar a su audiencia y no a convencer a los reticentes de que el proyecto priísta tiene un futuro. Las circunstancias tal vez obligaban a darle más importancia a las maneras que a los conceptos. Tal vez el tono de convocatoria general sea el quid que permita explicar el porqué Beatriz se instaló más en la formalidad que en el contenido.
Hay que reconocer que el talento de la dirigente pudo haber aportado más a la estructura de fondo de su discurso inaugural. Ella no lo decidió así. Uno pensaría que después de tan largo recorrido para llegar a la anhelada meta de dirigir al PRI, la nueva abanderada hubiera podido emplearse con toda su experiencia y capacidad dialéctica a despejar dudas y sembrar proyecto. Anunciar vísperas, diríase. No fue así. Prefirió la discreción y todo su decir fue para tender puentes y alargar la mano amistosa hacia todos los que pudo. ¿Es esto suficiente? Yo creo que no.
Hay sin embargo dos afirmaciones medulares en el discurso que lo rescatan del anodino silencio con relación al futuro. Por un lado Paredes Rangel acepta y enarbola el concepto de que el partido requiere el cambio. No un cambio. El cambio. Lo dice con claridad. Y después, con claridad también, reconoce que el cambio es posible. Que ella piensa que este necesario cambio debe y puede venir.
Ciertamente no camina la nueva dirigente por la brecha del decir cómo debe perfilarse este cambio y solamente al final de su discurso entra de refilón para hacer una crítica tibia y sin mucha sustentación del modelo económico recientemente vigorizado en México, desde hace más de veinte años dice ella, lo que equivale a incluir al régimen de Salinas y posiblemente a su antecesor también. Como si el modelo económico fuera el único elemento que se plantea en la verdadera disputa que en México se libra no desde hace veinte, sino muchos más años, el medio siglo por lo menos, y en el que va en juego no nada más el modelo económico, sino el conjunto del interés nacional empezando por su orientación social y, hoy más que nunca, por su propia estructura política.
Es rescatable del discurso sin embargo, aceptable como prenda de buena fe, la mención al cambio requerido por el Partido. El Partido debe impulsar su propio cambio si realmente quiere volver a ser factor importante en el proceso del país que está en ciernes. Difícilmente el PRI podrá aportar más de lo que ya hizo en su histórico derrotero si no diseña para sí un nuevo papel que sea reconocido por la sociedad como útil y válido para contribuir a encauzar a México en la dirección que los mexicanos deseamos. Y no se trata aquí de determinar si esa postura partidista lleva al instituto político al ejercicio supremo del poder público en tal o cual ámbito, no, eso finalmente resulta circunstancial y secundario desde el punto de vista de la trascendencia del desempeño de cualquier partido en el contexto del país. Se trata de que el PRI pueda y sepa ejercer la influencia relativa y necesaria en cualquier caso para contribuir a configurar una nación como a la que aspiramos la mayoría de los mexicanos, más justa, mas equitativa, más próspera.
Y en este orden de ideas el cambio que se espera en el seno del PRI es tal que en primer lugar se abandone la farsa, la simulación, el oportunismo, la ubicuidad. Se abandone el prurito de querer albergar en el seno del Partido a cuanta corriente, grupo o facción exista en el contexto nacional, como sucedió en su origen por razones precisamente fundacionales que estuvieron vinculadas con la necesidad histórica de dar cabida (desde el poder mismo) a todos bajo un mismo techo de unidad con el fin de asentar los entonces incontrolables afanes facciosos de llegada al poder público.
Un Partido para ser coherente y congruente, para ser Partido finalmente, requiere representar y representarse en una franja relativamente determinada del espectro ideológico. El PRI no puede ser más ajonjolí de todos los moles; capilla de todos los credos; música para todos los bailes. El PRI requiere definirse y en esa definición soltará necesariamente a un número importante de sus dicentes militantes. Pero los soltará para su bien. Será como una poda. Poda de la que finalmente vendrán los verdores del renacimiento. Sólo así podrá el PRI en el nuevo contexto aspirar a ser verdadero Partido que ofrezca al país una vertiente que impulse el desarrollo nacional en lo político, en lo social, en el económico.
Yo creo que Beatriz Paredes Rangel llega al liderazgo del PRI con la legitimidad, con el talento y con la visión suficiente para emprender el cambio vital. Mi pregunta es si Beatriz Paredes Rangel tiene la convicción y las agallas. De su discurso inaugural se desprende que hay un largo y difícil trecho hacia lo deseable. ¿Lo andará?
Rodolfo Menéndez
06-03-07
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