Alberto Giacometti nació en la Suiza “italiana” en el primer año del siglo XX. Nació en una familia de artistas -su padre, su tío, su hermano eran pintores- que favoreció el desarrollo de su gran creatividad. Estudió pintura y escultura en su país natal y en Italia, pero fue París, donde se estableció a los 21 añosde edad, la ciudad que le vio consagrarse como el más connotado representante del arte escultórico surrealista.
Se vinculó con grandes personajes del arte de su época como Pablo Picasso, Joan Miró, Jean Paul Sartre y André Breton. Con este último colaboró de cerca en la famosa publicación “El surrealismo al servicio de la revolución”.
Después de pasar en Suiza la segunda guerra mundial regresó a París para casarse ahí con Annette Arm, su paisana, quien habría de impulsarlo en su carrera de escultor y pintor. Tal vez una de las grandes frustraciones de este gran artista fue su deseo de que se le reconociera su condición de pintor al mismo nivel que su obra escultórica, cosa que no ocurrió durante su vida.
Lleva con orgullo su arte a América del Norte donde fue reconocido y apreciado, particularmente en Nueva York. Ahí expuso por primera vez en
En torno al aniversario de su nacimiento, el 10 de octubre, París le ha querido rendir merecido homenaje en el Centro Pompidou presentando una buena cantidad de obras suyas totalmente desconocidas del gran público en virtud de extrañas circunstancias que son bien explicadas en la nota periodística de Octavi Martí aparecida recientemente en el periódico El País y que a continuación se transcribe:
"La familia del artista es un peligro. Aunque la afirmación es excesiva, son muchos los pintores, dramaturgos, poetas o artistas en general que tienen una posteridad difícil debido a su esposa, hijos, nietos, sobrinos, primos o primos segundos. Es el caso de Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901-Coire, 1966). Murió sin testar, y durante más de 25 años -hasta la creación de una fundación, en 2003, que gestiona los derechos de la herencia- la viuda y resto de familiares se enzarzaron en una guerra que mantuvo invisible una gran parte del legado Giacometti.
El Centro Pompidou de París presenta, hasta el 11 de febrero de
El Giacometti que nace de esta exposición es muy diferente del consagrado por sus célebres exposiciones estadounidenses de los cuarenta, cincuenta y sesenta, todas ellas centradas en un artista que inventa unas figuras filiformes, una imagen de la soledad e indefensión del hombre contemporáneo tras
El material recuperado del estudio también permite poner un límite al mito de Giacometti como gran destructor que sólo conservaba lo esencial, el destilado de su arte. "Nunca he destruido una obra voluntariamente. Lo que yo llamo destruir consiste simplemente en deshacer para mejorar, para continuar", dice en uno de los textos rescatados. Y su modelo japonés, Isaku Yanaihara, lo confirma al contar que en 1956, al no disponer de otra tela, Giacometti decidió servirse de un retrato anterior para pintar sobre él a Yanaihara. Otras veces el creador del mítico hombre caminando, en mil ocasiones declinado, reconoce haber hecho desaparecer alguna de las obras en las que trabajaba por otro tipo de razones, como ese busto de Picasso que decidió destruir y no exponer en Estados Unidos. "Porque me sería muy desagradable que puedan pensar -y habría personas que lo harían- que he expuesto un Picasso para hacerme algo así como publicidad, algo que destruiría todo el placer que la exposición ha de procurarme". Una actitud orgullosa que contrasta con la de tantos artistas que esperan heredar un poquito de la fama y el prestigio de las personas que retratan. Otra forma, en definitiva, de los peligros que entraña la familia, incluso cuando es electiva"
No hay comentarios:
Publicar un comentario