Antecedente más remoto en este Blog. Europa se reencuentra.
Rodolfo Menéndez.
¿Habrá nacido la Europa del Siglo XXI ayer en Lisboa? ¿Será tal vez la misma vieja Europa, sólo maquillada? ¿Es un tratado, el de Lisboa, vacío de ciudadanos?
¿Será ésta un nueva representación mediática de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, inmortalizada por Luciano Visconti en su famosa película de 1963, El Gatopardo, en la que se plantea el viejo dilema de las sociedades: ¿Cambiar algo para que todo siga igual? Esperemos que la respuesta a la pregunta popular, la que se hace la gente de la calle, sea negativa. Los que estamos a favor del comunitarismo europeo, de la vía alternativa, y en contra de la unipolaridad del mundo contemporáneo, deseamos éxito a este nuevo paso de la aventura que protagoniza la Unión Europea, al firmar ayer en Lisboa el Tratado del mismo nombre los veinisiete jefes de estado y de gobierno que integran la comunidad, reunidos en la capital portuguesa.
Cabe los muros del magnífico Monasterio de los Jerónimos de la Lisboa antigua, construido en el Siglo XVI, durante el frenesí explorador y conquistador de los Ibéricos que reconfiguró al mundo renacentista, se firmó ayer en un día particularmente asoleado, como para caldear la ocasión, el tratado número 18 de la comunidad europea a partir de su instauración. Sustituye a la reciente intentona fallida de la Constitución que no resistió la prueba de ácido de la aceptación popular y que se quebró ante la negativa holandesa y francesa manifestada por referéndum hace dos años.
"Hoy nace una nueva Europa" dicen los encabezados de los diarios europeos repitiendo las palabras de Durao Barroso, Presidente de la Comisión, durante su discurso de clausura poco antes de que se escucharan las notas gloriosas del Himno a la Alegría que Beethoven obsequió, sin saberlo, a las naciones europeas para reunirlas en torno a la misma pauta.
Se pretende con la firma de este Tratado una nueva estructura del poder político pan-europeo y un avance significativo para el funcionamiento institucional. Habrá un Presidente más estable del Consejo -organo supremo de la Unión- que durará en su encargo dos años y medio a diferencia de la Presidencia rotativa con duración de seis meses que ahora se tiene. El encargado de la política exterior, el denominado Alto Representante, será más poderoso al ampliarse sus responsabilidades e incluir las de Defensa y Seguridad. Contará este verdadero ministerio del exterior de la Unión con 122 representaciones exteriores, apenas unas cuantas menos que Francia y el Reino Unido y más que Alemania, además de un presupuesto de 10 000 millones de Euros. Se ratifica y robustece el valor jurídico de la "Carta de derechos fundamentales", con ciertas salvedades acordadas para el Reino Unido y para Polonia. Se acordó también, para no citar más que los cambios más conspicuos, un sistema de votación más justo al establecerse el criterio de la doble mayoría, con el que, para aprobar los asuntos de importancia mayor, habrá que contar con el 55% de los Estados que tengan la representación de al menos el 65% de la población, aunque habrá un sistema de bloqueo dado por el voto de al menos cuatro Estados miembros. Hay, en fin, en las nuevas disposiciones un cambio hacia adelante en la construcción de la Europa unida.
La nota de la discordia, la pequeña gota de amargor, fue destilada para variar por la pérfida Albión. En efecto, el representante británico, el primer ministro Gordon Brown -en el acto de firmar en la imagen de la izquierda-, llegó tarde a la reunión y tuvo que signar el Tratado cuando ya todos sus colegas se habían ido. Parece, según las notas periodísticas, que este hecho habría sido premeditado para significar la preferencia de las británicos a los asuntos internos de la isla y su indiferencia a las cuestiones comunitarias. Tenía que demostrar, dice un observador francés, "que el Reino Unido firma sin convicción, como si fuera un acto de política secundaria supeditado a las prioridades británicas".
Ahora, el texto del Tratado debe ser ratificado por cada uno de los países miembros, ratificación que al no ser por la vía del referéndum, salvo el caso de Irlanda que debe ser sujeto a la opinión popular por mandato constitucional, se considera un mero trámite que consumirá, eso sí, tiempo, pero que no pondrá en peligro la unanimidad requerida. Podrán haber sorpresas porque la presión política al interior de muchos países miembros es grande, ya que se acusa a los líderes europeos de sacar al pueblo de la jugada, de vaciar el tratado de su contenido democrático, al optar por la vía de ratificación lejana al voto directo del pueblo. Lo más probable, sin embargo, es que el año 2009 amanezca con la Europa , ya con su tratado ratificado, más unida y políticamente más dotada para jugar el papel trascendente que le corresponde en la ecuación mundial que deseamos.
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