A lo largo del último año las tasas de interés que los bancos mexicanos pagan a los ahorradores han caído en picada. Reflejo de la crisis, tal vez. El fisco y su brazo controlador de la política monetaria, el Banco de México, han debido ajustar el esquema de retribución que se paga por el ahorro de los mexicanos.
Ha sido la clase media del país, tal vez no la más fregada, pero sí la más sufrida de las clases socioeconómicas, la que ha debido una vez más pagar las consecuencias de una crisis que ella no engendró. La viuda, el jubilado, el despedido del empleo, todo aquel que tiene unos cuantos pesos en el sistema del ahorro bancario, hoy y ya desde hace meses, está sufriendo sin poder hacer nada al respecto, la pérdida inexorable de su patrimonio. Empobrecimiento acelerado, que para muchos resulta inexplicable.
Es la confiscación que ejerce el sistema en contra de los que algo tienen y nada pueden. Despojar al ciudadano común de sus magros recursos mediante la perversa política de las tasas negativas “pagadas” al ahorrador. Tasas negativas que ocurren cuando el rédito por el dinero que se pone al servicio del aparato productivo, es inferior a la tasa comparable de la inflación. Entonces el ahorro se erosiona y tiende a desaparecer.
Un día, a lo largo de nuestras respectivas historias personales, alguien nos convenció de las bondades del ahorro. La fábula de la cigarra y la hormiguita. ¡Ahorra hijo mío para que puedas afrontar el invierno de tu vida! Engaño verdadero en el caso de un país como el nuestro, en el que la autoridad se arroga la facultad injusta e ilegítima a todas luces, de apropiarse de lo que no es suyo. De despojarnos de nuestro patrimonio mediante el establecimiento arbitrario de esas mentadas tasas negativas.
Es el mismo mecanismo que se aplica sin misericordia a la clase trabajadora, cuando los incrementos salariales que recibe son inferiores a la tasa de inflación básica, aquella que está referida al precio de sus necesidades. En este caso, como en el otro, la capacidad de compra disminuye. La víctima se empobrece. A uno le roban el valor de su trabajo, al otro le expropian su patrimonio.
Pero la perversidad fiscal no termina ahí en el caso de los ahorradores. Con pleno conocimiento de lo que está haciendo, del despojo en despoblado que está cometiendo, el fisco mexicano se ensaña y en lugar de ajustar proporcionalmente las tasas de retención de impuestos que toma directamente de la fuente –del sistema bancario- y que son sustraidas religiosamente de la cuenta del ahorrador, las mantiene, a sabiendas que se está reteniendo en exceso. A sabiendas que el causante está sufriendo una pérdida real de su patrimonio pagándosele una tasa negativa, le siguen reteniendo un impuesto que obviamente no procede, puesto que ha desaparecido el objetivo de la retención que es la presunta ganancia financiera.
Se me dirá cínicamente que a la larga el ahorrador, contribuyente cautivo, recuperará el dinero sobre retenido cuando presente su declaración de impuestos definitiva. Sí, en efecto, la recuperación parcial –nunca total- ocurre, con suerte, uno y hasta dos años después, disminuida desde luego por el coeficiente de desvalorización equivalente a la tasa de inflación que nunca es compensado. Y eso, si es que la feroz actitud confiscatoria del SAT no decide, por angas o por mangas, que no devuelve lo retenido de manera ilegítima y artera.
¡Fisco despiadado y ruin, te estás quedando impunemente con lo que no es tuyo!