viernes, 16 de octubre de 2009

¿Volverá la luz?

¿Volverá la luz? ¿La verdadera luz?

hilo_de_luz Más allá de los discursos encendidos, de Porfirio en su jugo, de posiciones tonantes extremas en contra de derechas o de izquierdas, en algo nos tendríamos que poner de acuerdo.

Ya decía que de ésta, saldrá Calderón como héroe para algunos y como un gran bellaco para otros. El problema grave es que en la triste realidad mexicana es muy difícil, si no imposible, conciliar en el punto medio. ¿Cuál es aquí el punto medio? Pues simplemente debería ser el interés colectivo.

Pero resulta que ese “puntillo” es indeterminable. Nadie tiene, al parecer, los argumentos suficientes para convencer a los otros. Nadie escucha, o nadie pues, parece escuchar.

Recuerdo hace no mucho que en el congreso (así con minúscula), discutíamos acerca de las concentraciones del poder económico en el sector de las telecomunicaciones. Uno de mis argumentos en tribuna apuntaba a que no deberíamos dejar que se siguiera profundizando la influencia relativa de ciertos grupos y personas en el manejo de tal sector. Una política encumbrada, colega en aquel entonces, me interpeló en el sentido de que ella y su partido preferían los monopolios nacionales, aunque fueran monopolios, aunque fueran ineficientes y aunque fueran contrarios al interés ciudadano.

No cabía en su entender la posibilidad de velar por el interés del público en general, haciendo concurrir a todos los factores (que fueran propios o extraños) y someterlos o acotarlos por medio de la ley. El dogma por delante. ¡Al ciudadano de a pie que lo defienda pifas!

El resultado de esa nefasta visión de la conducción de las políticas públicas está a nuestra vista. Estamos en la mediocridad como país y como potencia económica. Son más los factores que nos frenan (llámese Compañia de Luz) que los que nos impulsan (llámese empresas productivas que nos den competitividad nacional y todo lo que de ahí deriva).

Hoy, Denise Maerker publica lo que sigue. ¿Podríamos siquiera estar de acuerdo en ello?

Cito: “…Una gran derrota

En México, en caso de conflicto, no parece haber de otra: unos ganan y otros pierden. Así ocurrió en el conflicto de Oaxaca, en Atenco y en la huelga de la UNAM. El conflicto, legítimo o no, es hasta la muerte; la intransigencia y la desidia se imponen en las partes y se termina invariablemente con la derrota de unos y el triunfo de otros. Lo mismo se puede decir en el caso de la liquidación de Luz y Fuerza.

Ayer en Reforma José Woldenberg escribió: “Se puede entender el argumento de la liquidación de la compañía de Luz y Fuerza del Centro, porque se había convertido en una empresa costosa, ineficiente y que demandaba un subsidio más que elevado. Sin embargo, no es posible compartir que la extinción de la compañía haya sido un acto unilateral acompañado de la ocupación de las instalaciones por cientos de elementos de la Policía Federal”. De entrada, me sorprendió el argumento. ¿Acaso era posible liquidar Luz y Fuerza sin tomar por sorpresa y con elementos armados las instalaciones de la empresa para asegurar el suministro de energía? La verdad no lo creo, pero Woldenberg tiene razón: una cosa no implica (no debería implicar) automáticamente la otra. No en una sociedad democrática.

Sin embargo, en todos los casos antes mencionados, los intentos por encontrar salidas negociadas nunca tuvieron oportunidad de imponerse. De hecho, las posiciones moderadas y negociadoras siempre terminaron siendo arrasadas por los radicales de ambas partes. El CGH se radicalizó hasta la caricatura, la APPO también, y Abascal era ridiculizado por la derecha por sus intentos conciliadores.

Por supuesto que se tendría que poder liquidar una empresa luego de una negociación entre un sindicato y un gobierno que velaran al mismo tiempo por los intereses de los contribuyentes, los usuarios y los trabajadores. Pero no parece posible en el México de hoy.

La decisión, entonces, es encomiable porque rompe con la inercia y la indefinición, pero la forma nos confirma lo lejos que estamos de una sociedad democrática. La visión que se impone es la de una sociedad enfrentada a muerte y sin posibilidades de avanzar de forma conjunta y pactada. En este caso durante años se impuso el sindicato sobre los intereses de usuarios y contribuyentes. De golpe y porrazo son ahora ellos los derrotados. Mala cosa que siempre camine por nuestras calles alguien que se siente humillado.

No cuestiono que la liquidación fuera una necesidad, pero no se puede ver lo ocurrido como un triunfo de nuestra forma de resolver los conflictos; todo lo contrario, es una gran derrota para todos”

lunes, 12 de octubre de 2009

¡Se fue la luz!

cia de luz y fuerza

Esta es una expresión harto usada en México y muy particularmente en el altiplano. ¡Se fue la luz!

Se nos va la luz a cada rato y por mil motivos. Porque empezaron las lluvias; porque llovió fuerte; porque cayó un rayo; porque es fin de semana; por mantenimiento; porque es lunes…. Mil razones diferentes se aducen cada vez que los habitantes de la Ciudad de México y municipios circunvecinos accionan inútilmente su apagador, o su computadora, o su licuadora o su plancha… ¡No hay luz!

Es una vieja historia conocida por la que han tronado diríase cientos de miles de aparatos eléctricos domésticos. ¿Quién no ha sufrido personalmente o no conoce a alguien que de alguna forma haya perdido su refrigerador, su módem, su PC, porque la luz se fue y al regresar, ¡pum!, se acabó?

El de la compañía de luz es posiblemente el peor servicio del mundo en su materia. No se necesitan grandes encuestas para apostar a que la afirmación es cierta.

Y además de malo es caro. Con todo y el chisme que nos quieren vender en cada recibo, de que el santo gobierno se está haciendo cargo de una cantidad normalmente superior al que nos están cobrando.

No entre usted en un dime o direte con la Compañía de Luz porque lleva las de perder, a las buenas o a las malas. No se atrase jamás en su pago y si puede evitarlo, no acuda nunca a las “oficinas” de la empresa que le da el servicio, porque ahí, aunque sea usted muy ducho, lo van a trasquilar. Si tiene usted la razón, hay que pagar para que se la reconozcan. Y si no la tiene…. ¡Ave María Purísima!, está usted en un gran lío. Corrupción es un término suave –eufemismo se dice- para ponerlo. ¡Atraco en despoblado es la expresión correcta!

Nada de esto es nuevo. Tiene años, lustros, décadas, de estar en vigor esta lindura del “sistema” de vida mexicano. Todos los que vivimos en la gran urbe lo sabemos. Todos lo sufrimos. Y la verdad, SÍ, estamos hasta la madre.

¿El sindicato es el culpable? Pues sí, en parte. Pero echársela toda a ese ente podrido sería también un despropósito. El problema de la Compañía de Luz es de la culpa de los diversos gobiernos de México y de la ineptitud, de la deshonestidad y de la zafia de sus operadores.

La existencia misma del sindicato, tal cual es en la actualidad, es una prueba contundente de la gran porqueriza que ha sido la política mexicana y de la corrupción sin paralelo que ha existido en materia de política laboral, muy especialmente en tratándose de paraestatales.

No hace falta bordar mucho en la historia para percatarnos cómo se gestaron esos monstruos inmanejables que hoy son algunos sindicatos, que se le montaron encima a su creador, el propio sistema. El gobierno forjó con sus propias manos y necesidades ilegítimas, aquello de lo que hoy se queja amargamente. Pero eso es historia patria cuyos cursos damos en otro contexto.

Y ahora sucede que ¡la luz se le va a la que la hace!. ¿Qué va a pasar?

La medida del presidente Calderón es brutal e inaudita. ¿Qué duda cabe? De este accionar sale para héroe de unos y para villano de otros. No hay término medio.

Dos problemas le veo. Dos. El primero es de carácter político. ¿Tendrá el régimen y el presidente Calderón, la suficiente legitimidad, el suficiente apoyo para encauzar una medida de esta dimensión y trascendencia? ´¿Será lo suficientemente fuerte y dispondrá de los suficientes recursos políticos para llevar a buen término su propósito? ¿Habrá medido bien sus fuerzas y contado bien a sus aliados y a sus enemigos? Está por verse. Yo tengo mis dudas.

El otro problema no menos preocupante, al margen de las simpatías que reciba la iniciativa presidencial, es el aspecto específicamente jurídico. ¿Habrá hecho bien su tarea el señor presidente? Está el gobierno federal frente a un conflicto que en ley laboral se llama de carácter económico según parece. Jurídica y laboralmente ¿tendrá la presidencia las facultades para ir adelante en este caso?

No veo, con mi limitada experiencia en materia legal, procedente, la controversia constitucional de que hablaba ayer en forma grandilocuente el líder detestable del sindicato. Pero sí que veo el hecho, de que en México todavía tiene vigencia real el juicio de amparo y queremos que así siga siendo. Y ¿si le ganan un amparo bien estructurado, si le obtienen una suspensión larga al proceso que ya se inició?, entonces habrá problemas. ¿Saldrá adelante el presidente de esta encrucijada desde este punto de vista? ¡Está por verse!

Hay otro ángulo que, ese, nadie estará interesado en aclarar. El presidente no puede, ni nadie en el gobierno federal, en términos legales, dar, como lo ha ofrecido Calderón, prestaciones adicionales a las que marca la ley a cambio de una aceptación pronta y voluntaria del proceso de indemnización de los trabajadores. ¿A título de qué o con autorización de quién ofrece el presidente dineros, que no son suyos, por encima de lo señalado por las leyes competentes, a fin de cooptar voluntades de los trabajadores hacia su proyecto liquidador? Eso es definitivamente ilegal. Y quiero ver quién lo va a reclamar.

miércoles, 7 de octubre de 2009

El racismo mexicano

Racismo-thumbMucha razón le asiste a Raymundo Riva Palacio al referir en un reciente artículo la realidad que vivimos en México respecto del racismo solapado o del sentido discriminatorio que caracteriza a nuestra sociedad.

A cada rato se nos presentan ocasiones para advertir el profundo desprecio que se manifiesta de muchas maneras, colectivamente, hacia vastos segmentos de la sociedad nuestra, trátese de judíos, prietos, homosexuales, mujeres (¡vieja pendeja!), pobres, nacos, desarrapados, indígenas, por citar sólo algunos de los "blancos" de nuestra fobia colectiva.

¿Cómo podemos aspirar a tener objetivos comunes, a resolver problemas comunes, a identificarnos como nación, si nuestro cuerpo social está tan fragmentado y tan descompuesto por estas terribles inquinas que nos dominan.

Léase el artículo del periodista que reproduzco a continuación y valórese si no merece la pena al menos una reflexión a lo que plantea….

Cito de El País:

Por Raymundo Riva Palacio.

La gran opereta de la política mexicana terminó su temporada de forma anticlimática hace unos días, pero dejó abierta la caja por donde escapó el fantasma más grande que tenemos, a la vez enterrado bajo la epidermis nacional: el racismo. El galvanizador fue un humilde hombre llamado Rafael Acosta, que con su nombre de guerra Juanito cautivó el imaginario colectivo.

Acosta fue un instrumento político utilizado y abusado por la izquierda para resolver diferendos internos, pero se convirtió en un monstruo que les devoraba cada día una parte de sí mismos y del electorado. Lo hicieron candidato subrogado a un cargo de elección popular que una vez que ganó comenzó a amenazar que no entregaría a sus patrocinadores, como habían acordado. La semana pasada lo persuadieron y acabó el sueño del absurdo político mexicano.

Juanito había entrado por el portón del star system de los medios. Sin recato, prensa, radio y televisión lo utilizaron como arma efectiva para desahogar las fobias, en buena parte dirigidas contra el líder de la izquierda social, Andrés Manuel López Obrador, quien inventó a Acosta, como un actor político. Los medios, que en los últimos años han girado ideológicamente del liberalismo al conservadurismo, tuvieron un festín pantagruélico contra López Obrador y la izquierda social, al manipular a Juanito de la misma manera como sus patrocinadores lo habían hecho.

En el camino sucedió un fenómeno llamativo. La variable política pasó a un segundo término, superada por una persistente y sistemática sobreexposición de Juanito, centrada en las miserias humanas. Lo primero que emergió fueron los estigmas de clase. Al ser pobre, humilde y sin preparación, no se le consideró uno de los millones de mexicanos castrados de oportunidades, sino un naco, que es una connotación utilizada en México que descubre racismo económico y discriminación.

Al mismo tiempo, quizás porque al verlo todo el tiempo en los medios se le adjudicó un blindaje metafísico, fue calificado como "imbécil", con lo que se rompieron los autocontroles que se tienen con personas en sus mismas condiciones sociales, económicas y culturales, que no son celebridades instantáneas. Si era público, era sujeto de dilapidación a garrote vil. Además, como no tenía poder ni poderosos detrás, era un objetivo altamente vulnerable.

Juanito tiene el fenotipo general mexicano, bajo de estatura, moreno claro, producto del mestizaje. Tiene rasgos duros en la cara, pero no es indígena, que son el segmento social más discriminado y repudiado en México. Pero como no tiene poder ni dinero, nadie guardó las apariencias que se cuidan cuando se trata de políticos, empresarios o figuras públicas que llenan ese perfil físico. Estos son aceptados por otros grupos sociales, blancos, con dinero y educación -aunque no necesariamente refinados o sofisticados-, que sin embargo, nunca dejan de murmurar a sus espaldas la inferioridad de clase que el solo color de piel les significa.

Con Juanito, medios y actores políticos fueron paternalistas y jugaron con él de manera cruel, ensalzando su ignorancia y mofándose abiertamente de él, en su propia cara. Ya no había fobias contra nadie. Todo se volvió personal. Pocos se percataron del maltrato humano al que estaba sometido, porque como el contexto era político, el carnaval de la humillación no podía inscribirse en otro marco de referencia que no fuera la política. Cuando se acabó el episodio político, un periodista que se firma bajo el seudónimo de Catón y que tiene sindicada su columna en decenas de periódicos en todo México, escribió: "Luego de ser un hombre popular, pasó a la historia como un pobre diablo".

Juanito fue un error táctico de políticos, pero rápidamente se convirtió en un fenómeno que traspasó las fronteras públicas y fue burla para conservadores, liberales y anarquistas, que se unieron en la mofa. Un blog que es rabioso simpatizante de López Obrador, llegó inclusive a plantear en un sondeo la siguiente pregunta: "¿Cree usted que Rafael Acosta, 'Juanito', es apto sicológicamente para gobernar?". Nadie denunció nada. La sociedad mexicana, mayoritariamente, lo celebró.

Acosta fue el inesperado catalizador racista en la sociedad mexicana. El tema no es de fácil discusión, pues el racismo no es algo que procesen autocríticamente los mexicanos. Es un fenómeno con el que no gusta estar asociado, pero es una realidad que sólo porque nos negamos a aceptar, pensamos que no existe.

El racismo en México tiene múltiples caras. Hay uno económico, donde se han dado casos en el que prohíben la entrada a restaurantes en la ciudad de México, la más liberal en el país, por el hecho de que la persona que busca un servicio se ve humilde y es de tez morena, o donde no se les permite entrar a algunos hoteles por las mismas razones. Para un pueblo mestizo, es una enorme contradicción, pero ha sido parte viva del paisaje nacional. Uno de los grandes cantantes que ha tenido México, Pedro Vargas, decía hace tiempo que se iba a dar baños con leche para que cuando entrara a Sanborn's, una de los establecimientos clásicos mexicanos, no lo discriminaran.

Hay otro vinculado, aunque más identificado como socioeconómico, que es un estigma de clase que llega a ser de un abuso, incluso, irracional y desproporcionado. Por ejemplo, hace algunos años, el entonces presidente Ernesto Zedillo fue invitado por un poderoso grupo de empresarios a Monterrey, la capital financiera del país, para hablar con ellos mientras sus esposas fungían como anfitrionas de su esposa, una mujer sencilla sin grandes pretenciones. Sin saber la educación de la primera dama ni los recursos económicos de su famila -ambos con abundancia-, la pasearon por la galería de cuadros en una de sus casas, provocándola, humillándola: "Este es un Picasso, ¿sí sabes quién es Picasso, verdad?".

Pero también hay formas más violentas, como el antisemitismo que existe soterrado en la sociedad mexicana. Hay zonas en la capital que son habitadas mayoritariamente por judíos, donde alquilar o vender una propiedad a alguien fuera de la comunidad es muy difícil. Hay pintas antisemitas, pocas pero de resurgencia intermitente, y hay hostigamiento y amenazas. Hace algunos meses, una importante estación de radio fue sometida a presiones porque varios de sus conductores tenían origen judío, llegando a pedir inclusive que se les despidiera. Las presiones amainaron, pero como sucede con este tipo de racismo, difícilmente se puede decir que cesaron en definitiva.

El fenómeno en México es bastante más complejo, por la variedad de expresiones racistas -directamente vinculadas a la discriminación-. No hay nadie más afectado que una mujer que sea indígena, pobre y discapacitada; es la peor vida que podría tener en este país. Hay también discriminación entre pueblos indígenas, como en el estado indígena por excelencia, Oaxaca, donde los zapotecos -de cuya cultura era Benito Juárez- se sienten superiores a los chontales, o en zonas urbanas, como los potosinos de la capital de San Luis Potosí, se sienten superiores a los residentes en Valles, la segunda urbe en importancia del estado. La ciudad de México misma, puede hablar en esos términos, la inferior parte del oriente frente a la bonanza del occidente, o la poca preparada población del norte, frente al ilustrado e intelectual sur.

Juanito fue en este sentido, aunque no terminemos de percatarnos, una sacudida a todos los fantasmas racistas mexicanos, que se nos salieron del armario y nos mostró cómo somos, en carne y hueso: un pueblo racista que presume de tolerante. Ciertamente muy hipócrita. Y muy mexicano.

lunes, 5 de octubre de 2009

Teotihuacán en la Ciudad Luz…

Quai Branly2En los primeros siglos de la cristiandad Teotihuacán fue una de las potencias más importantes del mundo mesoamericano. Ejerció su influencia en un inmenso territorio que posiblemente fue desde el altiplano del Anáhuac hasta el istmo de Tehuantepec. No es sino muy recientemente que nuestros arqueólogos apoyados por estudiosos de otros países, han podido comenzar a develar los misterios de esta portentosa ciudad-estado aunque aun falta muchísimo por conocer, entre otras cosas, la naturaleza y organización de su gobierno.

Se inaugura hoy en París, en el museo del Quai Branly, muy cerca de la torre Eiffel, sobre el Sena, una importante exhibición de objetos iconográficos de esta nuestra antigua cultura. Tal vez sea la más importante presentación de la cultura teotihuacana que se haya hecho jamás fuera de Mexico. Merece atención y aplauso el esfuerzo realizado por el INAH para este evento. Es de lo que México requiere para su promoción y lustre, sobre todo en estos tiempos aciagos. Estará abierta al público hasta los primeros días de enero del 2010 y la han enmarcado en las celebraciones del bicentenario de la independencia.

Yo, por lo pronto, aprovechando mi buena suerte, pienso asistir. Que el que pueda, lo haga también.

Teot