sábado, 17 de abril de 2010

Nuestras guerras de cada cien años. ¡Viva México! o ¿Vive México?

El llanto de mis ya próximos 70 años.

Por: Rodolfo Menéndez.

Al dolinte HIdalgo Conmemoramos el bicentenario de nuestra guerra de independencia. Hace doscientos años la hoy nación mexicana iniciaba una aventura de la que no habría retorno. En la Nueva España de 1810, entre los unos que querían liberarse del yugo del Imperio español y otros (la burguesía criolla) que buscaban nada más reivindicar a Fernando VII, rey entonces de una España doblegada por Napoleón, e incorporarse al nuevo régimen establecido –o, en proceso de serlo- por la Constitución de Cádiz, se percibía en realidad los balbuceos de una nación insurgente que mostraba sus primeros signos vitales.

Aunque la guerra que entonces se inició, o las guerras para ser más precisos históricamente, durarían poco más de diez años, hasta que en 1821 se consumó la Independencia, la chispa iniciada al culminar la primera década del siglo XIX por el cura Hidalgo, arrebató la paz de los confines de ese México naciente. Y esa paz perdida no volvería a encontrarse sino hasta casi el ocaso de la centuria.

Con episodios de paz (cortos y escasos) y de guerra (largos y abundantes), algunos feroces, casi todo el siglo XIX transcurrió para los ciudadanos que ostentaban la nueva nacionalidad mexicana, en la angustia y la incertidumbre de la inestabilidad y de conflictos internos y externos, incluyendo varias invasiones de potencias extranjeras y el establecimiento de un imperio impuesto por ejército foráneo. Tal vez, desde el ángulo de lo estrictamente material, el peor de tales conflictos costó a nuestro país la pérdida de poco más de la mitad de su territorio.

Millones de vidas se perdieron prematuramente a lo largo de ese siglo aciago de la historia nacional. No pocas de esas vidas en aras de fratricidas luchas que seguramente pudieron haberse evitado.

Una dictadura personal impuesta en buena medida a hierro y mandoble, trajo al país en las postrimerías del XIX un cierto respiro, una relativa paz interna soportada por inequidades crecientes y una enorme dosis de injusticia social. La presión creció al interior de nuestra gran olla nacional y el nuevo conflicto cargado de odios y rencores no se hizo esperar.

Revolución Apenas cumplido el centenario del inicio de la guerra de independencia, en el 1910, que ahora también conmemoramos, otro conflicto bélico de carácter nacional estalló y que tampoco habría de respetar vidas y haciendas de los mexicanos. El viejo régimen, que ni siquiera había tenido tiempo de consolidarse, fue trastocado en otra aventura colectiva sin retorno posible. Tras siete años de disparos y refriega generalizada y otros millones de muertos a lo largo y ancho de nuestro ya reducido territorio, los mexicanos de la generación de nuestros abuelos quisieron dar al país una nueva base de paz y estabilidad. El Constituyente de 1917 buscó precisamente eso.

Pero no culminaría ahí nuestra búsqueda de paz, tranquilidad y prosperidad colectivas. Rencillas de toda laya -unas ideológicas, otras mezquinas-, apetitos personales, afanes de poder –quítate tú, para ponerme yo-, hicieron de la llamada lucha revolucionaria una realidad bélica de tracto sucesivo a lo largo de los siguientes veinte años del México post-revolucionario. Los enconos religiosos y el fanatismo hicieron también de las suyas, y en este pobre país, que ya era de nuestros padres, no hubo paz, ni sosiego, sino tal vez, hasta casi promediar el siglo XX. Podría decirse que no fue sino hasta finales de los años 30 cuando se empezó a respirar un cierto clima te tranquilidad interna.

Pero, ni en el México que mis coetáneos y yo podríamos llamar nuestro, cristalizó el sueño del progreso en la paz interna. Unos cuantos años de tranquilidad, es cierto, pero vino después implacable –apenas treinta y tantos años después de nuestras asonadas tardías de la “revolución”- el reclamo del 68 y a partir de allí, el terrible y poco conocido episodio de la llamada “guerra sucia”, guerra de baja intensidad, pero guerra al fin: los unos contra los otros. En ella predominó el bien llamado terrorismo de estado, que no por ser menos conspicuo que en otras naciones hermanas de la Hispanoamérica nuestra, dejó de ser cruento en nuestro país. Miles de familias mexicanas vivieron entonces en la zozobra. Más de una década, incrustada en la segunda parte del siglo pasado, en que nos dimos los mexicanos duro y con el mazo y de ello, poco se habló, poco se habla.

Dio para más el siglo XX. En la última década del siglo, entrábamos a procesos de reformas políticas y económicas fallidos y ya nos estábamos dando en la cabeza nuevamente. Chiapas, el EZLN, los grupos duros disidentes en diversas regiones del país, los asesinatos políticos que se llevaron la vida de ciudadanos importantes. Y así llegamos nadando, pero casi ahogados, a la otra orilla del siglo que a los de mi generación vio nacer.

Narco guerra Y empieza el XXI con esta nueva y feroz guerra, ya no de baja, sino de altísima intensidad, que lleva ya más de veinte mil víctimas contabilizadas (y las que faltan). La nueva y feroz guerra llamada del narcotráfico. Es como si quisiéramos conmemorar con ella, con la narco-guerra, los dos episodios significativos que tuvimos los mexicanos para darnos patria, hace cien y hace doscientos años.

Otra guerra más, ésta patrocinada por el estado fallido mexicano, por los fabricantes de armas internacionales, por los traficantes domésticos, por los drogadictos norteamericanos, por la brutal corrupción rampante en México y los Estados Unidos, por los intereses fenomenales del statu-quo. Y aquí, hoy, cuando empieza la vida de nuestros nietos, seguimos viviendo –como hace doscientos años, como hace cien-, en una nación inmersa en la incertidumbre, en la angustia, en la inseguridad, en la que priva la falta de oportunidades para nuestra gente y de la que se nos fuga la sangre vital. Una nación que acaricia, pero sólo acaricia, su sueño de vivir próspera y …. ¡en paz! ¡Viva México! o ¿Vive México?

En el D.F. haciendo mi declaración de impuestos.

RMM.

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