Portada del libro recién editado de Gloria López Morales
R. Menéndez.
Entre nosotros pocos extranjeros han merecido el monumento al heroísmo. Xavier Mina, conocido comúnmente como Francisco Xavier, es uno de ellos. Él, que supo trocar su sangre navarra en bronce mexicano, entregó su vida por la independencia de nuestro país y por ello ganó lugar de privilegio en el gran monumento a la patria, capaz de hablar a todas las épocas, como lo hace ahora, para que recordemos con admiración y respeto, a quienes gestaron la nación mexicana.
Del nombre del hombre.
Por los vericuetos misteriosos de la historia el nombre de Mina fue trastocado con el tiempo. Hay muchos, muchísimos libros de historia que se refieren a él aún como Francisco Xavier. Aunque Martín Luis Guzmán se había encargado desde 1932 de señalar el verdadero nombre en su Mina El Mozo : Héroe De Navarra, al decirnos que de pila el personaje se llamó Martín Xavier y que durante toda su corta vida él mismo se hizo llamar Xavier a secas, firmando incluso sus famosas proclamas de esa manera (ver el facsímil de su firma abajo).
Todo parece indicar que la confusión surgió después de su muerte porque el nombre del tío con quien corrió muchas de sus acciones guerrilleras y revolucionarias en la España bonapartista primero, y en la brevemente gaditana después, era Francisco Espoz Ilundain , quien después se hizo llamar como su sobrino Francisco Espoz Mina.
El caso fue que durante buena parte del siglo XIX, después de fusilado en el cerro del Bellaco, cerca de Pénjamo, en Guanajuato, a Xavier Mina se le añadió indebidamente el Francisco con el que la historia que enseñaron en nuestras escuelas, nos hizo recordarle a lo largo de estos casi doscientos años que han transcurrido desde su gesta heroica.
De sus acciones.
Mina murió muy joven. Apenas contaba con 38 años cuando fue ultimado por el realista y absolutista coronel Orrantía en noviembre de 1917, sólo 7 meses después de haber desembarcado en Soto la Marina, Tamaulipas, para abrazar la causa independentista de los insurgentes mexicanos. Pero vamos por partes:
Nuestro personaje había luchado en la tierra que le vio nacer en 1789 (el año de la revolución francesa y su cauda de ideas liberadoras), en la provincia de Navarra, con acciones guerrilleras que pretendían liberar a España de la invasión napoleónica de 1808. Se había desenvuelto como guerrillero, ganando fama y prestigio por su arrojo y eficacia durante buena parte de 1809, hasta causarle a los invasores galos una seria preocupación que les obligó a concentrarse en la persecución del Corso Terrestre de Navarra como llamó Mina a su cuerpo de voluntarios lugareños que combatían a los ejércitos napoleónicos.
Dirigió acciones certeras que hicieron esa ruta de los Pirineos peligrosa para las tropas francesas que querían ingresar a España. Finalmente hacia la primavera de 1810 la suerte le resultó adversa y fue apresado por los franceses y trasladado herido a Francia, donde se le llevó a Bayona y encerrado por un tiempo hasta que lo enviaron a París a entrevistarse con el mando de Napoleón, a quien por cierto le había llegado la fama del genio militar de Mina.
Duró un par de años su cautiverio en la Torre de Vincennes, tiempo que usó para estudiar matemáticas y técnicas militares. En 1913, tras la toma de París por los prusianos, los presos fueron liberados y él retornó a Navarra donde se reencontró con su tío Francisco Espoz, que había tomado el mando guerrillero y que había también cambiado su nombre para adoptar como segundo apellido el del sobrino (Mina) por razones de liderazgo militar.
En su tierra, ambos, sobrino y tío, se dispusieron a defender por convicción la constitución de 1812 (la de Cádiz) cuando advirtieron la intención de Fernando VII de conculcar los postulados reformistas de la misma y de abrogarla, como finalmente hizo.
Mina y su tío fueron entonces perseguidos implacablemente por las tropas absolutistas españolas hasta hacerlos huir hacia Francia en donde milagrosamente escaparon del patíbulo al ser retenidos primero y reclamados por los españoles después, para entregarlos a la justicia. Vivió nuestro personaje a partir de entonces un periplo que le llevó, viajando por Francia, a conocer a personajes de la época que luchaban en contra del absolutismo. Al cabo de los meses llegó a Inglaterra donde ya se conocían y se discutían con interés las noticias de la insurrección americana en contra de la dominación española.
Ahí, en 1815, un lustro después de haberse iniciado el esfuerzo liberador de los insurgentes, Mina conoció a Fray Servando Teresa de Mier quien le convenció de la nobleza de la lucha por la independencia de la Nueva España. Y Mina se enamoró del proyecto que sintetizaba su propia lucha en contra del absolutismo en su patria. Su suerte quedó echada a partir de entonces.
Mina y el fraile genial viajaron juntos a América y llegaron a Baltimore en donde se preparó su llegada a México por la costa del Golfo, en lo que hoy es Tamaulipas. Venía nuestro héroe decidido a entregar su vida por la independencia de este país al que no conocía más que en sus sueños de ser libre. Después de una escala en Galveston, empezando la primavera de 1917 –que sería la última de su vida- se embarcó con unos cuantos hombres a su aventura final.
Al desembarcar en Soto la Marina el 25 de abril de ese año, lanzó una vibrante proclama que siguió a otras previas, con las que siempre quiso explicar sus acciones y su proceder. Tal proclama dirigida a los mexicanos concluía:
"(...)Mexicanos: permitidme participar de vuestras gloriosas tareas, aceptad los servicios que os ofrezco en favor de vuestra sublime empresa y contadme entre vuestros compatriotas. ¡Ojalá acierte yo a merecer este título, haciendo que vuestra libertad se enseñoree o sacrificándole mi propia existencia! Entonces, en recompensa, decid a vuestros hijos: "Esta tierra fue dos veces inundada en sangre por españoles serviles, vasallos abyectos de un rey; pero hubo también españoles liberales y patriotas que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien."
La lucha en el territorio de la todavía entonces Nueva España iba a ser muy distinta a la que él había esperado. Se sobrepuso a todas la vicisitudes de las circunstancias, y fue creando un ejército adaptado a la lucha encarnizada que se le iba presentando. Conoció a Pedro Moreno, otro héroe de los "de a de verás", que le acompañó en buena parte de sus pequeños triunfos y fracasos hasta el final de la vida de ambos.
El Sombrero, los Remedios, Jaujilla, lucha tras lucha, batalla tras batalla, con un cuerpo bélico mal integrado e indisciplinado, hasta caer derrotado en el rancho El Venadito, cerca de Silao, donde fue hecho preso. Moreno murió en el encuentro y fue decapitado para exhibir su cabeza en la picota a la usanza de las tropas realistas. Poco después, el realismo absolutista cobró también venganza del “traidor” Mina, quien es ejecutado por el Batallón de Zaragoza en la cresta del Cerro del Bellaco el 11 de noviembre de 1817.
El libro de Gloria López Morales.
Recién editado, dentro de la colección Charlas de Café, de la casa editorial Grijalbo, en el marco del Bicentenario de la Independencia, el libro de Gloria nos hace recorrer, entre sorbo y sorbo de café, la epopeya inmarcesible de nuestro personaje, a lo largo de sus avatares en Europa y de sus andares por Inglaterra, los Estados Unidos y finalmente a su llegada a nuestro país.
Relato encantador que nos hace vibrar de emoción para que al final, en el último sorbo de la infusión, Mina nos diga como respuesta a la provocación del interlocutor que se le presenta en la representación literaria, haciéndole ver que: “convendría revisar lo que pasó en un país donde la independencia se celebra con banderitas hechas en China, donde compramos mole en un supermercado gringo y donde pagamos los tragos y botanas con una tarjeta de un banco español….” Pues mira, responde Mina, “Que si hubiera que pelear de nuevo por la Independencia de México, yo sería el primero en enlistarme en las filas de la insurgencia….”
Facsímil de la firma de Xavier Mina, tomada de su proclama de 1817.