(11 de julio de 2013)
Diez años hace murió mi amigo, Juan Duch Gary. Con cariño fraternal renovado evoco su nombre y convoco a su memoria. Una vez más soy eco de sus frases que hago mías: “No conozco, ni acierto a dar con palabras más exactas, profundas y bellas para expresar lo que siento, que las muy conocidas de nuestro queridísimo Miguel Hernández: Tanto dolor se agolpa en mi costado, que por doler, me duele hasta el aliento... Porque me duele de múltiples dolores el que te anticiparas en el trayecto que conduce hacia el fondo insondable del reino de la luz, en esta hora de las sombras subterráneas a que nos convocara León Felipe...”
Imposible no Mirar.
Yo podría volar si no mirara adentro de los ojos y del llanto de los hombres que pasan a mi lado, de los niños que juegan en la calle, de los viejos que arrastran su cansancio por este mundo de olvido inexplicable.
Yo podría fugarme de esta celda si no viera la pena que aletea en la parte de adentro de los rostros, en el fondo de todas las miradas, en la llaga de todos los dolores que fraccionan la piel y la aprisionan por la cruel dictadura de la carne.
Yo podría volar si no mirara....
Final del vuelo
Háganme bajo la arena de los mares,
un tibio claustro
para guardar los sueños
que en tardes de lluvia y de jazmines
me pueblan los cabellos y la frente.
Pongan junto al aceite
de alimentar la lámpara ;
sobre el delicado fieltro
de recoger el polvo y los misterios ;
una blanca porción de nube derribada
y un almidonado traje
con su largo bastón de caminante.
En un día de ráfaga y destello
regresaré de mi vuelo itinerante
y encontraré reunidos,
en mi amable reducto solitario,
los ingredientes de la fantasía
despiertos y agrupados.
Procuraré alentar su movimiento
sin ataduras de elipse planetaria ;
con un soplo perpetuo.
Reduciré el camino de mis pasos
a la quietud admirable de los astros.
Y viviré la vida en algodones
sin piel, sin huesos y sin nervios.
un tibio claustro
para guardar los sueños
que en tardes de lluvia y de jazmines
me pueblan los cabellos y la frente.
Pongan junto al aceite
de alimentar la lámpara ;
sobre el delicado fieltro
de recoger el polvo y los misterios ;
una blanca porción de nube derribada
y un almidonado traje
con su largo bastón de caminante.
En un día de ráfaga y destello
regresaré de mi vuelo itinerante
y encontraré reunidos,
en mi amable reducto solitario,
los ingredientes de la fantasía
despiertos y agrupados.
Procuraré alentar su movimiento
sin ataduras de elipse planetaria ;
con un soplo perpetuo.
Reduciré el camino de mis pasos
a la quietud admirable de los astros.
Y viviré la vida en algodones
sin piel, sin huesos y sin nervios.