En la imagen: La pintura mural que
muestra al General Salvador Alvarado ubicada en el Salón de la Historia
del Palacio de Gobierno de Yucatán, en Mérida, realizada magníficamente
por Fernando Castro Pacheco, apreciado y laureado muralista yucateco.
.
Conforme pasan los años los perfiles de grandeza que elevan a Salvador Alvarado a
la estatura de los más connotados hombres de la Revolución Mexicana, se
iluminan y amplifican. Su figura, que ha recibido como pocas la
agresión de la calumnia, aparece cada vez más nítida no sólo para los
yucatecos, sino para los mexicanos, todos. En su homenaje vuelvo a publicar este texto.
La siguiente es la transcripción estenográfica de la intervención del
diputado Rodolfo Menéndez y Menéndez en la tribuna de la Cámara de Diputados, durante la LIII Legislatura,
pidiendo la inscripción del nombre de Salvador Alvarado en el
frontispicio de la Cámara de Diputados. Petición suscrita por la
diputación yucateca integrada por el propio Rodolfo Menéndez, el
diputado Renán Solís Avilés, el diputado Wilbert Chi Góngora y el
diputado Nerio Torres Ortiz y que fué denegada porque, créase, aún
prevalecen los efectos de las heridas y de los resentimientos de la
revolución en el contexto político mexicano. Habría que preguntar a los
herederos del obregonismo recalcitrante: ¿Hasta cuándo? .
1985. Estamos
en la Ciudad de México, Palacio Legislativo de San Lázaro, en la sala plenaria de la Cámara de Diputados del
Congreso de la Unión. Tiene la palabra el diputado Menéndez:
Setenta
años se cumplieron (ahora se cumplen 100), del inicio de un gobierno estatal que sacudió
profundamente la estructura social yucateca, dando la bandera a un
pueblo glorioso y entonces oprobiosamente esclavizado.
Así
describe el propio Alvarado las condiciones en que se encontraba
Yucatán al arribo de las fuerzas constitucionalistas en 1915: "Encontré a
Yucatán en plena servidumbre. Miles de desgraciados, por la culpa de
instituciones tradicionales, de vicios sociales tan fuertemente
enraizados que parecían indestructibles, languidecían de generación en
generación con la vida vendida a los amos".
En efecto,
cuando Salvador Alvarado llega a Yucatán , encuentra una sociedad
envilecida por la tienda de raya, la tortura, el derecho de pernada, la
compraventa de seres humanos, el analfabetismo y el hambre, todo esto,
ya en pleno siglo XX, en afrentosa convivencia con la ostentación, el
derroche y la mascarada de un extranjerismo sin sentido.
En
menos de tres años de gobierno, el insigne revolucionario sinaloense
pone los cimientos sobre los cuales comenzaría a construirse no sólo el
Yucatán moderno sino el actual Estado Mexicano.
Su acción
transformadora se extiende a los más amplios campos de la vida en común y
toca las más profundas fibras de la colectividad.
Antes
de revisar la obra de Alvarado, debemos recordar que a finales de 1914,
nuestra revolución no estaba todavía más que en sus etapas iniciales,
faltaban años para que se consolidara el movimiento y todavía no se
delineaban con claridad muchos de los planteamientos que cobrarían vigor
en la Constitución de 1917.
Uno de los grandes méritos
de Alvarado, que hoy reconocemos desde esta tribuna, fue que al tiempo
que los concibió, puso en práctica cambios radicales en las estructuras
sociales y económicas de Yucatán, creando el cuerpo legislativo y las
instituciones más avanzadas para la época, que habrían de marcar los
caminos que más tarde recorrería el constitucionalismo, primero al
consignarlas en la carta de 1917 y después en las acciones de los
gobiernos de Carranza, de Obregón, de Calles y de Cárdenas.
Salvador
Alvarado reunió en su persona las características de un
conceptualizador que tuvo el vigor y la enjundia para poner en práctica
el ideario revolucionario. Fue, - y eso lo distingue - , al mismo
tiempo, ideólogo, conductor y ejecutor, fidelísimo, de los propósitos de
justicia social que orientaron al movimiento transformador de 1910.
Promotor
y protagonista; diseñador y constructor al unísono, que estableció
pauta para que otros siguieran más tarde, Alvarado ofreció al
carrancismo y a la Revolución Mexicana, con el esfuerzo del pueblo
yucateco, una fuente de recursos económicos fundamental en la conducción
del movimiento constitucionalista.
El
aporte de este afanoso pueblo yucateco a la Revolución Mexicana sólo se
logra entender con claridad, cuando se advierte la realidad del Yucatán
de aquel entonces, realidad que significaba riqueza generada por una
sólida
industria henequera,
que montada sobre la servidumbre humana de los campesinos mayas,
proporcionaba un torrente de divisas que a más de proveer lo necesario
para sostener la economía local, resultaba inapreciable para los
propósitos del carrancismo.
El Yucatán no se daba, como
en la mayor parte de la República, la convulsión revolucionaria.
Mientras en otros lugares había inseguridad en el tránsito de las
personas y en el tráfico de las mercancías, lo cual ponía serias
limitantes a la actividad económica en su conjunto e impedía en buena
medida, el acopio de recursos necesarios para alimentar al proceso
revolucionario, en la península, la paz existente permitía que la
actividad henequera se desarrollara sin dificultad a través de un
amplísimo sistema ferroviario complementado por puertos de salida para
el producto de exportación, desde donde se embarcaba el henequén cuyas
utilidades podían ser cobradas sin tropiezo.
En
suma, Yucatán contaba con una industria bien organizada y una adecuada
infraestructura, a más de una circunstancia favorable que permitía el
buen funcionamiento de ambas, haciéndolas instrumento eficaz de
generación de una riqueza indispensable para los propósitos
revolucionarios.
En este contexto, en febrero de 1915 y
siendo gobernador preconstitucional de Yucatán don Toribio de los
Santos, estalló en el Estado un movimiento rebelde que tenía por objeto
político el evitar que la revolución fuera conducida hasta ese confín de
la patria aislándose a Yucatán de la acción transformadora. Encabezó el
movimiento reaccionario un sinvergüenza llamado Abel Ortiz Argumedo,
promovido y apoyado por la llamada "casta divina", poderosa oligarquía
que aterrorizada ante la idea de que la Revolución le quitará
definitivamente sus privilegios, decidió hacer la defensa de sus
intereses intentando segregar al Estado de Yucatán del movimiento de
renovación nacional.
Al genio militar y político de
Carranza correspondió comprender cabalmente la importancia estratégica
de aquel jirón del país y de encontrar y designar al hombre que fuera
capaz, por un lado y en primer término, de someter a los rebeldes
argumedistas y posteriormente, mantener las condiciones para que
siguiera funcionando el engranaje económico yucateco, basado en la
agroindustria henequera, aplicando al mismo tiempo las acciones
necesarias para avanzar en el proyecto transformador del movimiento
social constitucionalista.
Tarea para un titán y para
un genio y ese fue el encargo para Salvador Alvarado. El 19 de marzo de
1915 entra en la ciudad de Mérida al comando de su tropa para poner "las
armas de la Revolución al servicio del ideal", como él mismo afirma
respecto de los propósitos de su actuación.
Para
dibujar la perspectiva que advirtió a su llegada ningún pincel mejor
que sus propias palabras: "Encontré - dice Salvador Alvarado - que la
riqueza de aquel pueblo bueno y fuerte, hecho para mejores destinos no
tenía otro fundamento ni otro origen que el trabajo del indio. Sobre su
miseria y sobre su ignorancia, que le convertían en máquina de labor, se
habían levantado fabulosos capitales, y se habían labrado fortunas de
príncipes. En ninguna parte como aquella tierra, que espiritualmente
estaba viviendo una vida de tres siglos atrás, era necesaria la
renovación de todas las fuerzas y el equilibrio de todos los derechos"-
continúa diciendo.
" Para esta obra urgente y rápida me
dispuse desde el primer momento con todo el brío de que era yo capaz,
pero quise hacerla en un sentido puro y levantado, que le diera
efectividad definitiva y que no convirtiera la obra de la Revolución,
que yo estaba obligado a realizar, en un simple removimiento de las
cosas a favor del cual se levantará un nuevo vértigo de pasiones y de
desorden y entrarán a aprovecharse los ladinos y los logreros que
siempre están al acecho de que se revuelvan las aguas para echar sus
redes..."
Y
así expresaba la definición de su voluntad revolucionaria:"...no podía
permitir ya que unos cuantos, considerándose los asistidos de una
especie de derecho divino, vivieran del trabajo de los demás y guardaran
para ellos una existencia egoísta de acaparamiento y de placeres, de
soberbia de casta y de privilegio de sangre..."
Es aquí
justo y necesario que acerquemos la lupa del reconocimiento a lo más
significativo y trascendente de su obra de gobierno de Yucatán. La tarea
social de Alvarado podría sintetizarse con la afirmación contundente de
que mediante sus acciones, sesenta mil siervos fueron transformados en
ciudadanos libres y conscientes de la necesidad de su participación en
la renovación colectiva. Es la libertad condición básica para la
felicidad de los pueblos. De aquí que este hombre se encuentre en el
origen de la alegría yucateca.
Por lo que ve a la
reforma económica, durante su corto pero extraordinariamente efectivo
gobierno, Salvador Alvarado luchó contra los monopolios internacionales
para elevar el precio del henequén, cuestión ésta que logró en beneficio
del pueblo yucateco trabajador y de su causa. Fundó la primera flota
mercante yucateca para abaratar las exportaciones; rescató de la quiebra
y amplió considerablemente los ferrocarriles yucatecos. Construyó
sanatorios para obreros; rehabilitó y modernizó la industria cordelera;
construyó caminos y creó una comisión encargada de importar y vender a
precio de costo los artículos de primera necesidad. Adquirió por primera
vez en cantidad suficiente petróleo crudo para disponer de energéticos
suficientes en el Estado. Financió las primeras exploraciones petroleras
en el sureste de México.
Alvarado condujo también una
reforma cultural de extraordinario alcance. Recién llegado a la
gubernatura, expidió la Ley General de Educación Pública que crea la
escuela rural, cuya enseñanza debía ser laica, gratuita obligatoria e
integral, estableciendo así el antecedente del artículo 3o. de la
Constitución. Fundó las escuelas de Agricultura y de Bellas Artes. En
1916 convocó a un Congreso pedagógico bajo la presidencia del
profesor Rodolfo Menéndez de la Peña. Fundó el conservatorio de música y el Ateneo Peninsular - una de las más prestigiadas instituciones culturales de esa época.
Establece
una biblioteca en cada municipio y en cada hacienda henequenera. Al
terminar su gestión, en 1918, se habían construido más de 1,000
escuelas, casi a razón de una por día, que atendidas por dos mil
maestros y con un presupuesto de dos millones y medio de pesos,
equivalentes al 40% del presupuesto total de egresos del gobierno de
Alvarado, fueron palanca para intentar rescatar de la ignorancia al
pueblo vencido, antaño poseedor de una de las culturas más asombrosas de
la antigüedad.
En otro orden de ideas, el
revolucionario sinaloense, proscribe la servidumbre doméstica sin
salario, en un acto que busca emancipar a la mujer, redimiéndola de lo
que él mismo describe... "como un síntoma del extraño retardamiento en
las costumbres, que en Yucatán formaba contraste con el desarrollo
cultural y mercantil de ciertas clases sociales, encontré con dolor que,
así como había miles de esclavos en los campos, también había en las
ciudades miles de pobres mujeres sometidas a la servidumbre doméstica,
en una forma que con apariencia de paternidad era de hecho una positiva
esclavitud".
"El servicio de las casas ricas y
acomodadas se hacía por docenas de pobres mujeres, indias o mestizas,
que vivían encerradas trabajando incesantemente, sin más salario que el
techo, la ropa y la comida, inútiles para la vida libre, estériles para
el amor, muertas para la esperanza".
En enero de 1916, Salvador
Alvarado, organiza el primer Congreso Feminista celebrado en la
República Mexicana del cual se derivaban algunas conclusiones que hoy
todavía parecen inalcanzables en términos del propósito igualitario
hacia la mujer.
En materia legislativa, su obra es de
trascendencia invaluable. Destacan por su anticipación, por su interés
colectivo y por su concepción ideológica profundamente progresista, las
leyes Agraria, de Hacienda, del Trabajo, del Catastro y la Ley Orgánica
de los municipios del Estado, leyes éstas denominadas "las cinco
hermanas". Todas, salvo la última, preconstitucionales y que
indudablemente ejercieron decidida influencia sobre el Congreso
constituyente de 1917.
En tres años de conducción política expide
753 decretos que crean una verdadera estructura jurídica, parte de la
cual sigue hasta la fecha vigente. Los puros considerandos de tales
leyes, son verdaderos manuales del buen revolucionario, que proyectan la
vocación de un verdadero agente de transformación, profundo conocedor
de los vicios sociales que afligían a México y promotor ferviente de un
auténtico Estado de derecho.
La Ley Agraria prevé la
organización del Banco Agrícola, 11 años antes de que Calles diera vida a
una tal institución. La ley del Trabajo estableció las juntas de
Conciliación y Arbitraje para resolver las controversias obrero -
patronales. Asímismo, establece la jornada máxima en el campo y en la
ciudad y el salario mínimo. El 123 constitucional se inspira
fundamentalmente de las ideas contenidas en la Ley Obrera de Yucatán. La
ley de Hacienda, por su lado, contiene adelantos tan notables como la
previsión de un impuesto único al consumo que es el claro antecedente
del Impuesto al Valor Agregado.
La ley del Catastro se
vincula íntimamente con la de Hacienda y contiene la adelantada
concepción de un Registro Público de la Propiedad incorporado a la
Dirección del Catastro.
En menos de tres años, Alvarado logra en
Yucatán reorganizar el sistema económico y modernizar estructuralmente
la Administración Pública, moralizándola.
Lleva a cabo
una gran reforma educativa y una importante obra legislativa. Dignifica a
los trabajadores y a la mujer y establece una base cultural para el
desarrollo social.
Diseña y conduce todo un proyecto integral en
lo político, lo económico y lo social, que no sólo impacta a la sociedad
yucateca, sino que habría de extenderse a la nación entera
estableciendo en buena medida las bases de modernidad de Estado
mexicano.
Queda claro que la acción alvaradista en
Yucatán es mucho más que la de un guerrero . Es la de un estadista cabal
y visionario; constitucionalista en el más amplio sentido del término;
conductor de gente y de ideales fundados en el humanismo liberal.
Obstinado de la legalidad, de la igualdad entre los hombres y de la
honradez a toda prueba.
Fue así y fue por esto, como
ingresó el general Salvador Alvarado, con paso firme y redoblado, hacia
la eternidad de la gratitud yucateca. De aquí que hoy, la conciencia
política de Yucatán pida a esta honorable asamblea que comparta el
honor, con quien el honor merece.
Por todo lo anterior
señor presidente de esta H Cámara de Diputados, la diputación de Yucatán
en la LIII Legislatura, formula la siguiente iniciativa, rogándole a
usted se sirva dar el trámite que corresponde
UNICO: Que se inscriba con letras de oro el nombre del general Salvador Alvarado en este recinto legislativo. (Aplausos nutridos)
Firman los miembros de la Diputación Yucateca.
México, D. F., 28 de noviembre de 1985.
Sobre el tema, véase también el Blog de Gilberto Avilez.