(30 de marzo de 1845 - 16 de octubre de 1912)
Fue un pedagogo mexicano de origen cubano, nacido en San Juan de los Remedios, en 1845. Exiliado de su país en 1869 con motivo de la guerra de independencia cubana, llegó a Yucatán a bordo de la goleta Isabelita con varios familiares, entre ellos su joven esposa, Ángela González Benítez y su hermano, el también maestro Rodolfo Menéndez de la Peña, para dedicar su vida a la instrucción del pueblo yucateco, particularmente del pueblo maya. Nunca regresó a su patria de origen, obteniendo la nacionalidad mexicana en 1872. Murió en Izamal, Yucatán en 1912, a los 67 años de edad.
Ejerció una gran influencia en su medio y, junto con su hermano Rodolfo,
fue tronco de una familia -verdadera dinastía- muy conocida en la
esfera intelectual de Yucatán. La aportación de sus integrantes,
descendientes de tal tronco fraternal, ha sido en efecto significativa
en México en el campo de las letras, la pedagogía y el periodismo.
Destacan entre ellos su hijo el periodista Carlos R. Menéndez González, fundador del hoy Diario de Yucatán y sus nietos, también periodistas, Abel Menéndez Romero, Mario Menéndez Romero, Gabriel Antonio Menéndez Reyes y Miguel Ángel Menéndez Reyes, este último premio nacional de literatura de su país en 1940 por su novela Nayar.
Nota necrológica:
La Revista de Yucatán, periódico de la época, precursor del actual Diario de Yucatán, que era dirigido por Carlos R. Menéndez González, publicó la siguiente nota el 18 de octubre de 1912:
Un triste acontecimiento.
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La causa de la enseñanza está en duelo.
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En la media noche, cuando estábamos consagrados a la labor cotidiana de
la formación de este número de LA REVISTA DE YUCATÁN, fuimos
dolorosamente sorprendidos por la triste y lamentable noticia que nos
trasmitió el telégrafo relativa al fallecimiento ocurrido en la ciudad
de Izamal del Sr. D. Antonio Menéndez de la Peña, padre de nuestro muy
querido Director, quien ayer mismo se ausentó a bordo del vapor
americano, con el objeto de asistir al próximo Congreso de Periodistas,
según en otro lugar se comunica a nuestros lectores.
La luctuosa nueva que hoy tenemos la honda pena de dar a la publicidad,
ha de producir seguramente una penosa impresión en un gran número de
yucatecos, entre los cuales el Sr. Menéndez y otros miembros de su
distinguida familia, gozan de muy alta y merecida estimación, por las
relevantes prendas que los distinguen. El honorable caballero que acaba
de dejar de existir, vio la primera luz, en la Perla de las Antillas y
era vástago de una familia asturiana, enlazada en la Isla de Cuba con la
familia de la Peña, que se cubrió de justo renombre por su ilustración y
por su patriotismo, desde que a mediados de la pasada centuria nuestros
hermanos de Cuba hacían titánicos esfuerzos por la conquista de su
Independencia. Los tumultuosos azares de aquella lucha inolvidable,
trajeron a nuestras playas entre un buen número de inmigrantes
utilísimos a la respetable familia Menéndez que encontró otra Patria en
esta Península, en la que no le faltó el calor de nuevos y verdaderos
afectos, que pudieron hacerle menos duro el pan amargo del destierro.
Aquí fue en donde el Sr. D. Antonio Menéndez, constituyó un hogar en el
cual la riqueza nunca asentó su trono, pero en el que la honradez nunca
dejó de tener un perfumado altar en el cual brilló siempre la lámpara
votiva y se esparcieron flores nunca marchitas. Fue el Sr. Menéndez un
infatigable apóstol de la civilización, pues a la enseñanza de la niñez
consagró sus mejores energías habiéndose distinguido en el Magisterio,
no solamente en la ciudad de Mérida, sino en otras poblaciones entre las
que podemos citar las de Progreso, Tixkokob e Izamal, en donde han
quedado millares de huérfanos de la inteligencia, en virtud de la triste
nota que hoy comunicamos.
La mayor parte de la vida de D. Antonio Menéndez de la Peña, puede
decirse que fue una respuesta a la final impetración del inmortal poeta y
filósofo germano que cerró los ojos para siempre, teniendo en los
labios la palabra ¡luz!, pues desde la temprana juventud cuando dicho
Sr. Menéndez acababa de llegar a este suelo, ofició en el templo del
saber hasta hace muy poco, cuando ya la venerable ancianidad blanqueaba
sus cabellos, quebrantaba su salud y agotaba sus energías. Nosotros que
tuvimos el honor de tratarlo, fuimos admiradores de su vasta
instrucción, de su invencible modestia, de su tenaz laboriosidad y de su
acendrado amor para su familia, toda la cual latía en él y con él, como
con un mismo corazón. En estos momentos de amargura, no podemos menos
de tributar un sentido y sincero homenaje de respeto y de cariño, al
padre modelo y ciudadano intachable, para quien se ha abierto una tumba
en esta tierra que fue para él tan amada y en cuyo servicio pasó su
existencia casi entera. Su alma clara y generosa, vuelve a la Infinita
Llama de donde tuvo su principio y deja en este valle de lágrimas, un
ejemplo que imitar y un recto sendero que seguir.
Hacemos presentes nuestras muy afectuosas frases de cordial condolencia a
los numerosos deudos del eterno ausente, entre los que se sabe se
cuentan, la respetable viuda Sra. Da. Ángela González Benitez,
nuestro Director, D. Carlos R. Menéndez, el distinguido escritor y
educador D. Rodolfo Menéndez de la Peña, hermano del finado, el
ilustrado abogado D.
Rodolfo Menéndez Mena, y muchos otros, en cuyos
hogares, la Parca inexorable, hoy hace correr abundantes lágrimas y ha
prendido el fúnebre crespón.
Mérida, Yucatán, octubre de 1912.
Referencia hemerográfica: Revista de Yucatán, 18 de octubre de 1912
Biblioteca Carlos R. Menéndez
Mérida, Yucatán, México