Diego Velázquez fue un "adelantado", un dignatario venido del entonces aún en formación imperio español, designado por el rey para acometer las tareas de la exploración y la conquista de los territorios del nuevo continente que habían sido "descubiertos" por los aventureros que atravesaron el océano Atlántico en las postrimerías del siglo XV y los albores del XVI. Era este personaje un segoviano nacido en 1465 que supo crear una relación sólida con los hermanos Colón, gracias a la cual realizó el viaje de su vida, para posteriormente instalarse en la isla de Cuba, en donde fue nombrado el primer gobernador europeo de la ínsula después de haber participado en su conquista y habiendo empezado a colonizarla. Desde ahí, desde la isla, debió organizar expediciones y tareas de dominio que contribuirían a convertir a la España de la época en el imperio más rico y poderoso del mundo.
En los años transcurridos entre 1517 y 1521 Velázquez organizó varias expediciones sucesivas que habrían de transformar las relaciones geopolíticas del mundo renacentista y de entre ellas, tres que modificarían para siempre la historia y el devenir de toda la Mesoamérica, la Aridoamérica y la Oasisamérica, regiones culturales que conformaron en buena medida el México español, durante tres siglos, de 1521 a 1821, el México que es el antecedente inmediato de nuestra patria y que otrora se denominara el Virreinato de la Nueva España.
Por la visión, la ambición y hay que decirlo también, el genio político de este hombre, se crearon las condiciones o se coadyuvó seriamente a su creación, para que el fenómeno épico y singular, sin calificar sus consecuencias, de la conquista de esta vasta región del mundo se diera a manos de europeos y en detrimento de los pueblos preexistentes en ella. Esos eventos están grabados en nuestra conciencia y en nuestra realidad, para el siempre de los siempres. Así de importante para nuestra historia -ni bueno, ni malo- fue este personaje al que hoy me refiero en este segundo envío de lo que he llamado la "saga de la conquista de México".
Ya me había referido en el envío anterior, a cómo este poderoso señor del renacimiento, venido a más, y siendo gobernador de Cuba, mandó a un hacendado rico, Francisco Hernández de Córdoba, a explorar lo que ellos entonces suponían otra isla y que ahora sabemos que era una "casi isla" (península) que después llamarían Yucatán. Conté también como le fue mal, muy mal, al hacendado rico convertido en explorador y cómo éste canjeó involuntariamente su vida a cambio de un lugar en la historia de los tiempos.
Hoy anunciaré lo que planeó Velázquez al enfrentarse a los resultados de esa primera y fallida exploración cuya intención fue, al decir de muchos de sus coetáneos, tal como relataron después Diego de Landa, Bernal Díaz del Castillo y el propio Bartolomé de las Casas, reclutar "indios", llevarlos en calidad de esclavos a la isla de Cuba para saciar la necesidad de los colonizadores, de contar con mano de obra, o para reponer la que ya tenían en activo y se les iba muriendo a los recién llegados a estas tierras ignotas. Esto es, quería seguir poblando la isla y en el camino, claro está, dar oportunidad a otros hacendados de enriquecerse. Pues a Velázquez se le ocurrió programar una segunda expedición encargándosela en esta ocasión a un su sobrino (algunos historiadores dicen que no hubo tal parentesco), otro originario de Cuéllar, Segovia, llamado Juan de Grijalva.
Éste, mucho más joven que Hernández de Córdoba, había nacido en 1490. Era por tanto, presumiblemente, más audaz y temerario que su cofrade y por tanto más proclive a rendir buenos frutos para los intereses del jefe Velázquez. Ya veremos en la próxima entrega, lo acaecido con el joven Grijalva que había participado en los años anteriores con su patrón, en la conquista de la isla de Cuba y estaba ya curtido por el fragor de las luchas de colonización.
Reuniendo esa confianza que se depositaba en él, así como la experiencia en su haber, preparóse pues este segundo aventurero, para zarpar con rumbo al occidente, desde la población de Santiago, en el extremo oriental de la isla de Cuba, habiéndose fijado la fecha de partida hacia los últimos días del mes de enero de 1518. Hoy hace, días más o menos, 506 años de esos preparativos.
Rodolfo Menéndez y Menéndez